Temprano por la mañana me he topado con una cuadrilla de pintores preparándose para comenzar con la labor en una casa de fachada blanca. En un lateral, una mancha de tres o cuatro brochazos de color amarillo albero. Cuando al mediodía pasé de nuevo por delante de aquella casa, ya habían finalizado su trabajo los pintores.
Entrado ya marzo, pienso en aquel inicio de año con las promesas consabidas de destierro de los vicios. Si se fijan, todas ellas o su gran mayoría, relativas a dejar de fumar y perder unos kilitos (ya se sabe que con el diminutivo parece menos de lo que realmente es).
Enhorabuena a aquellos que han superado los contratiempos de la nicotina, y mayor será el orgullo que sientan si también prometieron mejorar su figura, porque de todos es sabido la relación directa entre abandonar el cigarro y el aumento de peso.
Sin embargo, pese al buen color de cara y dentadura y a esa esbeltez que recuerda tiempos pasados, yo simplemente observo una casa imponente de color albero. Les invito a que pasen y echen un vistazo a su interior. ¿Es igual de bello y asombroso que el exterior? ¿Prometieron con el año nuevo dejar a un lado la mezquindad de algún acto o los reproches a un familiar? Si les soy sincero, no puedo decir que no.
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