viernes, 1 de noviembre de 2013

HISTORIAS PARA QUE RAJOY NO DUERMA

[Nuevo artículo en Publicoscopia]



10:07 AM. 1 de noviembre. Palacio de la Moncloa. Últimos coletazos de la reunión extraordinaria del equipo de imagen y redacción del sr. Presidente del Gobierno de España.


[Ambiente relajado de colegas, en el que están sobresaliendo las bromas hacia el asesor C, el más joven, que está subiendo su caché porque es el más veces requerido para los discursos del Presidente]


[...]


Asesor B: ¿Estamos todos de acuerdo, entonces? El mote que mejor le queda es el de Rodrigo de Triana… ¡Tierra a la vista!… Sí, vale (se dirige ahora a la asesora D, que asiente con la cabeza), igual de bueno que el de “Socorrista”. Sacando a flote el barco del MaRaJá [apelativo cariñoso con el que se refieren al Presidente del Gobierno, sr. Rajoy].


Asesora D: Bien, pero en el discurso que preparó mencionó de pasada el espionaje de Obama; se delegó todo en el director del CNI.


Asesor C: Fueron indicaciones del propio MaRaJá.


Asesor A: No me extraña… (mira a un lado, a otro, y debajo de la mesa) Ahora que estamos en petit comité, voy a contaros una Historia Para No Dormir. El MaRaJá se lo confesó al jefe Moragas.


[Se hace un silencio sepulcral en la sala de reuniones]


Asesor A: Sucedió durante la Cumbre del G-20 el pasado 5 de septiembre.
El MaRaJá pasaba noche en San Petersburgo para coger el avión tranquilamente la mañana siguiente. El Gobierno de Putin había reservado el mejor hotel de la ciudad para los estadistas. Allí que se fue el MaRaJá con su séquito, y se encontraron con un señorial edificio de la época zarista. Este edificio tenía un pasado truculento, con damas suicidadas y sirvientes que duraban tres días…
[observa al asesor B tapando con una mano su risita, y continúa el relato]
... y no, los tres días no eran por contrato, no eran minijobs (refunfuña). El MaRaJá cenó copiosamente y subió a la suite. Todo tan antiguo que daba respeto tocar los muebles. Le llamó la atención un detalle: una puerta blanca separaba su habitación de la suite vecina. Pensó: “Cosas de la KGB, no querían intimidad para sus camaradas”; y fue a darse un baño. Cuando terminó, se tiró en la cama con lo puesto: un albornoz rosa que siempre lleva porque le da suerte, desde que se lo puso por primera vez la noche antes de la prueba final de las oposiciones a registrador.
    Era una noche ventosa y las ramas daban golpecitos en el cristal como si pidieran entrar. Con las luces apagadas, encendió la tele y solo encontró canales en ruso (mucho -uski, mucho -ova) y uno en inglés. “¿Dónde están los traductores cuando se les necesita?”, dijo para sí, “cuando me habla la Merkel no necesito traductor, simplemente digo sí con la cabeza, porque hay que decirle a todo que sí”. Distraídamente el zapping lo llevaba a un estado de duermevela, que se cortó cuando descubrió un canal en el cual una chica daba muy seria las noticias mientras se quitaba la ropa. Así seguía hasta que la barba del MaRaJá adoptó una mueca de pavor cuando vio a la prima…


Asesora D: ¿Daban gráficos sobre la prima de riesgo?


Asesor A:  No su prima. En un extraño flash de memoria, aquella chica que enseñaba los pechos le recordaba a su prima política.     
A ese susto se unió que se le apagó la tele de repente… Esto le acongojó pero luego echó una mirada a la negrura de la tele y se tranquilizó al verse reflejado en ella como si estuviese dentro del plasma. Por mucho que pulsara los botones del mando, la tele había muerto. En esa oscuridad comenzó a oír jadeos que se repetían sincronizadamente.
Con la piel de gallina, el cuerpo le pedía nicotina. Se sentó en el borde de la cama, seguían los jadeos, y su mano temblorosa cogió de la mesita un puro. Encendió la lámpara para buscar el encendedor, y cuando ya se disponía a ello, un aire frío se le metió por la espalda y le hizo girar la cabeza… El susto fue tremebundo cuando le pareció ver un enorme micrófono  en la pared (ya sabéis que es muy sensible a la fauna de periodistas).
En realidad, la luz de la lamparita había proyectado la sombra del óvalo que adornaba el barrote de la esquina de la cama. Por desgracia, con el sobresalto se le cayó el puro encendido, que prendió la cama. Cuando el MaRaJá descubrió la llamarada, chilló muy agudo, con el tono casi de una mujer. Pegó un respingo y, casi seguido, un ¡plom! oyó, como si cayera un cuerpo desplomado, como si se hubiera estampado contra el suelo.



El MaRaJá era todo miedo, sudor y heces, miraba a todas partes haciendo aspavientos, hasta que se le ocurrió coger la cubitera de hielo y arrojó el contenido sobre la cama. Hiperventilando, el MaRaJá escuchó unos pasos que se dirigen a la puerta que le separa de la suite contigua. Asustado, se acercó a la puerta y miró por la cerradura. Nuevo grito: AAAAAHHHH. Ni la mismísima Caballé daría el do de pecho de esa manera. Pero había una peculiaridad en ese alarido. Aquel grito había sido doble: alguien había gritado con él.


Asesor C: ¿El fantasma de una dama de antaño?


Asesor A: Obama.


[Caras de perplejidad entre sus colegas]


Sí, Obama había decidido pasar la noche allí y le habían dado la suite de al lado. Los jadeos eran por la respiración acelerada de Obama: hacía su media hora de footing sobre la cinta de correr mecánica. Seguía con lo suyo hasta que oyó un grito aterrador de mujer (a él también le habían contado las leyendas del hotel), que le desequilibró y cayó al suelo. Sacando fuerzas de ánimo, fue hacia la puerta y acercó el ojo a la cerradura.
AAAAAAAHHHHH. Los jefes de estado veían a través de la cerradura el ojo enrojecido del otro. Cuando a la mañana siguiente se encontraron en el pasillo, sin traductores por medio y
Obama chapurreando español, coincidieron en que espiar la habitación vecina mirando por la cerradura no era la mejor imagen para ellos, y sobre todo en aquellas esperpénticas circunstancias. Así que acordaron no tratar el tema nunca más. Por eso, el espionaje es tabú para ambos, y jamás habrá reproche del uno al otro.
[Todos inspiraron profundamente]

Que esto no salga de aquí.



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